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Sermones de Semana Santa 2025: Vigilia Pascual

  • archivocorpuschristi
  • 12 abr
  • 5 Min. de lectura

Sábado Santo, 19 de abril de 2025

Gn. 1, 1-31; 2, 1-2

Ex. 14, 15-15.1

Ez. 36, 18-28

Rm. 6, 3-11

Mt. 28, 1-10


1. En esta noche, clara como el mediodía para nosotros, los cristianos, celebramos la resurrección del Señor Jesús. Es una noche santa y dichosa -como nos ha dicho el pregón -porque ha conocido el momento en que Cristo salió del sepulcro, triunfador de la muerte; es una noche venturosa en la que Cristo, simbolizado en el cirio pascual, disipa las tinieblas del pecado, rompe las cadenas de la muerte, asciende victorioso del abismo llena nuestro espíritu de fe y esperanza. Es la noche en la que los cielos exultan de alegría, la tierra desborda de gozo y la Iglesia, revestida de la claridad de Cristo, y unida a todos los hombres de buena voluntad, da gracias a Dios por el asombroso beneficio de su amor, y entona el aleluya, el canto de alegría que resonará en todos los rincones de la tierra.


2. Sin embargo, todo parecía acabado el viernes, con Jesús muerto y sepultado. Había terminado una noble aventura humana: un hombre hizo el bien, que consoló a los tristes bueno, que curó enfermos, que predicó el amor y lo vivió hasta el extremo; un hombre que ensenó a tener una piedad sincera y profunda, que dijo Dios no es un juez terrible, sino un padre amoroso, dispuesto a todo por sus hijos... Un gran hombre; incluso un gran profeta... Pero todo no ha acabado el viernes; le han dado muerte. No ha podido instaurar el esperado Reino de Dios. Y al parecer todos los suyos se han resignado ya a esa muerte. Han olvidado incluso aquellas palabras suyas en que anunciaba su resurrección: en realidad, no las acababan de creer. Los hechos son los hechos, piensan. Jesús ha muerto, lo han sepultado con tristeza y cariño; lo han llorado con amor. Se sienten culpables por haberlo abandonado traicionado. Andan escondidos, ocultos, desconcertados, desalentados; son hombres con las esperanzas rotas... Piensan ya en reanudar sus antiguas tareas, en volver a la vida de antaño, la que llevaban antes de conocerle. Los años pasados a su lado han sido espléndidos, pero, a la vista de su fracaso, ahora se revelan como un sueño. Lo recordarán siempre. Pero todo ha terminado. Ya no esperan nada. Ya no les queda fe.

Pero de repente, de forma inesperada, contra toda expectativa humana, contra toda lógica… otro hecho se les impone: Jesús ha resucitado. Hecho sorprendente que les cuesta aceptar; por eso no creen a las mujeres que se lo anuncian. Van al sepulcro y lo encuentran efectivamente vacío... ¿habrán robado su cuerpo? Pero no, ha resucitado. Ha vencido a la muerte, ha triunfado; fracaso humano, la muerte como malhechor... se ha vuelto triunfo y gloria. El crucificado vive, se les aparece, les habla... No hay duda: Jesús ha resucitado; el Señor vive. "La piedra desechada es ahora la piedra angular; es Dios quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente".

Y ahora recuerdan sus palabras que anunciaban este hecho sorprendente. Se les abre la inteligencia y entienden las Escrituras; comprenden por primera vez el significado de la vida de Jesús y el sentido de su muerte: “vivió por nosotros... murió por nuestros pecados... ha resucitado para nuestra salvación”. Renace en ellos la fe; ahora creen de verdad; renace también la esperanza: ahora tienen la certeza de que resucitarán con él.

Cobran ánimos, se reúnen de nuevo y ya no pueden esconderse ni callar: han de proclamar que Jesús, el crucificado, ha resucitado. Y proclamarán este hecho, aunque tengan que sufrir persecución, aunque tengan que morir por ello. Nada ni nadie podrá silenciar su voz; ningún poder humano será capaz de hacerles enmudecer. La resurrección de Cristo ha producido en ellos una resurrección espiritual y moral: han perdido los miedos y se sienten fuertes con la fuerza de su Señor. Ahora saben lo que son y no pueden dejar de ser: testigos del Resucitado. Y Pedro, Juan. Los demás apóstoles, como más tarde Pablo, proclamarán a judíos y paganos, a todo el mundo, que Jesús, el que había muerto como un malhechor en la Cruz, ha resucitado y ha sido constituido por Dios Señor de vivos y muertos.


Grabado de la Última Cena. Autor: Hieronimus Natalis (1595)
Grabado de la Última Cena. Autor: Hieronimus Natalis (1595)

3. Cristo ha resucitado. Nuestra fe y nuestra esperanza descansan sobre este acontecimiento. Y también en nosotros, como cristianos y como Iglesia, debe producirse una resurrección espiritual y moral; una resurrección que es en estos tiempos especialmente necesaria. En el libro del Apocalipsis, el Señor manda al ángel de la iglesia de Éfeso escribir lo siguiente:

"Conozco tus obras, tu esfuerzo, tu entereza; sé que no puedes sufrir a los malvados, que pusiste a prueba a esos que se llaman apóstoles sin serlo, y hallaste que son unos embusteros. Tienes aguante, has sufrido por mí y no te has rendido a la fatiga, pero tengo contra ti que has abandonado el amor primero".

El amor primero es el amor joven, fresco y lozano que está penetrado de ilusión, proyectos y esperanza. Es el amor que lo vivifica y envuelve todo, y que otorga ojos nuevos para ver de forma nueva las cosas; es el amor que es más sensible para lo bueno y positivo que para lo malo y negativo. Es el amor que no se ha convertido en rutina y costumbre Necesitamos, como cristianos e Iglesia, recuperar ese amor. Nos encontramos en tiempos difíciles. Como los cristianos de Éfeso, mantenemos la fe, sufrimos por ella, aguantamos y no nos rendimos a la fatiga. Pero esto no es suficiente: necesitamos recuperar el amor primero. Es fácil, aunque inútil, responsabilizar a los otros de nuestros problemas; es cómodo culpar a la sociedad o a los poderes constituidos de las dificultades que encontramos a la hora de vivir la fe y de comunicarla a los demás. Esas dificultades existen, por supuesto; nuestro mundo no facilita demasiado las cosas. Pero las dificultades, de un signo u otro, han existido siempre. Ser cristiano no ha sido nunca algo fácil. El problema no son esas dificultades; el problema es el abandono del amor primero; el problema es nuestra fe hecha rutina y costumbre. El problema principal está dentro de nosotros y en el corazón mismo de la Iglesia. Necesitamos resucitar espiritual y moralmente y abrirnos a la gracia que emana de Cristo muerto y resucitado. Esa gracia tiene el poder de devolver, a quienes seriamente lo deseen, y en cada momento de sus vidas, la lozanía y el frescor del primer amor; tiene el poder de renovarnos tan profundamente como para hacer “luz del mundo y sal de la tierra" y signos vivos del amor de Dios a nuestros hermanos. Deseémoslo ardientemente; resucitemos con Cristo; atrevámonos a ser testigos veraces del Resucitado. Y pidámosle al Señor en esta noche Santa que nos ilumine siempre con esa luz de su resurrección para que podamos ser lo que él quiere que seamos: la luz del mundo y la sal de la tierra; signos de esperanza para los hombres y corazón de una sociedad endurecida que da la espalda a los pobres y débiles.


Por Juan José Garrido, rector del Real Colegio Seminario de Corpus Christi.

 
 
 

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