Sermón para el XXVIII Domingo de tiempo ordinario.
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Domingo 12 de octubre de 2025
¡Alabado sea el Santísimo!
1. En el Evangelio del domingo pasado, los apóstoles se dirigieron a Jesús pidiéndole que les aumentara la fe: “Señor, auméntanos la fe”. Una petición que, comentábamos, debíamos hacer con mucha frecuencia los discípulos del Señor, pues la fe es un don de Dios que hemos de suplicar constantemente; un don de Dios que, cuando se posee, tiene la fuerza de hacer “maravillas” en nuestra vida y en nuestra actividad apostólica. Recordemos las palabras del Señor: “si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: arráncate de raíz y plántate en el mar” y os obedecería”.
2. Hoy hemos escuchado estas otras palabras dirigidas a un enfermo de lepra que ha sido curado: “levántate, vete, tu fe te ha salvado”. La fe se nos muestra de nuevo en toda su importancia: la fe es fuente de salvación. Diez leprosos suplican al Señor: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. La lepra, en aquel tiempo, era mucho más que una terrible enfermedad: se la consideraba la impureza misma, por lo que los enfermos debían quedar separados del resto de los hombres y dejados a su suerte; no se les permitía acercarse a los sanos, ni a estos acercarse a ellos. Estaban totalmente excluidos de la sociedad humana, y sobre ellos no se podía ejercer la piedad y la misericordia. Por eso, como dice el Evangelio, desde lejos gritaban diciendo: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”. Ellos suplican con fe al Señor. Sus gritos pidiendo compasión son la voz de su fe.
Jesús les atiende. El grito de los enfermos llega a su corazón. Hace una sorprendente obra de misericordia, rompiendo las normas vigentes en su tiempo. Les manda presentarse a los sacerdotes; ellos obedecen aún antes de ser curados, y en el camino quedan limpios. La fe de los enfermos se hace obediencia a la Palabra del Señor, y obedeciendo, son curados de su enfermedad.
Y nos dice el Evangelio, que de los diez, sólo uno, y era samaritano – es decir, un extranjero despreciable – regresa alabando y dando gracias a Dios. Es la fe hecha acción de gracias, gratitud a los dones de Dios.
3. Esta narración, queridos hermanos, es algo más que la manifestación de un milagro del Señor. Es decir, el milagro – la curación de los leprosos – es un signo visible de la salvación de Dios. Los leprosos suplicando curación representan la humanidad sumergida en la miseria y el pecado, consciente de su lejanía de Dios, que pide a gritos la salvación. Jesús que escucha la plegaria de Dios y cura es Dios con nosotros, el que salva a la humanidad de su postración, la redime y la reintegra a su condición original.
Pero en esta acción salvadora de Dios, la fe es imprescindible:
- la fe hecha plegaria
- la fe hecha obediencia
- la fe hecha acción de gracias

El cristiano que escuchaba este relato evangélico aprendía que debía orar constantemente al Señor suplicándole misericordia; aprendía también que debía obedecer la palabra del Señor si en verdad quería alcanzar la gracia de esa misericordia; finalmente, comprendía que no podía menos que dar gracias, agradecer a Dios constantemente los dones de la salvación; agradecerle el ser cristiano. Pues el agradecimiento es reconocimiento de la acción de Dios en nosotros; es hacer memoria de que hemos sido redimidos y salvados por el amor de Dios, no por nosotros mismos, ni a causa de nuestros méritos. Cuando no hay acción de gracias falta algo esencial a la fe.
Pero el cristiano que escuchaba este relato aprendía también a actuar como Jesús; comprendía que la vida presentaba situaciones en las que debía trasgredir las convenciones sociales, las costumbres, los usos, si quería ejercer el amor y la misericordia; comprendía que por encima de todo está el hombre con su dignidad, una dignidad que le viene de Dios, y que no puede haber costumbre o ley que pueda impedir ayudar al necesitado; comprendía que la fe implicaba, en algunas ocasiones, traspasar las barreras y las demarcaciones que hemos construido los seres humanos, como lo hizo el mismo Jesús acercándose a los leprosos y curándolos.
Hoy el Evangelio nos exhorta, pues, a tener una fe que se despliegue en plegaria, obediencia y agradecimiento. La Eucaristía es la acción de gracias por excelencia y el memorial de la muerte y resurrección del Señor. Al participar en ella, pidámosle al Señor que nos haga cada día más y mejores creyentes; que nos haga obedientes a su palabra, es decir, que plasmemos en nuestra vida el Evangelio; que nos conceda el don de saber reconocer todos los bienes que de él hemos recibido y recibiremos a lo largo de nuestra vida. Y sobre todo, pidámosle que nos dé fuerza y valentía para seguir sus pasos.
¡Que así sea!
Por Juan José Garrido, rector del Real Colegio Seminario de Corpus Christi.
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