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Historia

San Juan de Ribera y el Real Colegio Seminario de Corpus Christi

 

La creación del Colegio-Seminario de Corpus Christi está directamente relacionada con el gran esfuerzo de renovación y reforma de la Iglesia Católica impulsado por la celebración del importantísimo Concilio de Trento.

 

Esta necesaria reforma era una aspiración secular de maestros espirituales, eclesiásticos y pueblo fiel, ardientemente deseada y reclamada imperiosamente por el Concilio de Constanza, que logró poner fin al triste Cisma de la Iglesia Occidental. El rechazo de su puesta en marcha provocó el desánimo general y las críticas de muchos sectores que culminaron con la imposición violenta de las ideas reformista de Martín Lutero y el nuevo doloroso cisma protestante.

El Concilio de Trento proporcionó por fin las bases para una reforma legítima y universal que se encargaron de llevar adelante personas de gran talla humana y santidad como el Papa Pío V, Ignacio de Loyola, Felipe Neri, Teresa de Jesús y muchos más entre los que destacan prelados como Francisco de Sales, Carlos Borromeo, Tomás de Villanueva y Juan de Ribera. 

 

Una vez nombrado arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, se aplicó decididamente a promover las nuevas disposiciones conciliares, que no eran aceptadas por todos, sobre las bases establecidas con gran esfuerzo, por su antecesor, el santo arzobispo Tomás de Villanueva. Durante los cuarenta años de su pontificado desplegó en esta tarea gran celo y eficacia y una energía sólo comparable a su sabiduría e inteligencia, que es la razón de la honda huella que supo imprimir a la Iglesia que le había sido confiada. Esta huella todavía hoy, después de siglos, es claramente perceptible.

 

Como buen obispo, al emprender esta tarea inmensa de reforma, comprendió la decisiva importancia de contar con sacerdotes adecuadamente preparados para colaborar con él, en el establecimiento de las disposiciones conciliares y obtener así los frutos que de éstas se esperaban. Por ello, de acuerdo con las recomendaciones tridentinas relativas a la formación de los sacerdotes, procuró la creación de un seminario en el que éstos pudiesen adquirir la ciencia y la devoción que se precisaban para la tarea.

 

Como podría esperarse de su sólida formación académica, alcanzada en Salamanca, este seminario fue ante todo un Colegio Mayor, levantado al lado mismo de la Universidad de Valencia, donde sus colegiales aprendían filosofía y la teología, pero también y al mismo tiempo, un edificio que desde su mismo sistema constructivo estaba eficazmente dirigido a conformar la sensibilidad y la piedad de los que lo habitaban. Buen conocedor de las artes y de su capital importancia formativa supo rodearse de los mejores artistas que encontró y proporcionar a este Colegio, junto a una espléndida moderna arquitectura, las mejores y las más hermosas obras de arte que estuvo en su mano reunir.

 

El conjunto de las edificaciones del Colegio ocupa una manzana entera de planta ligeramente trapezoidal y fue levantado entre 1586-1604 por un equipo de albañiles y canteros dirigidos por el obispo auxiliar Miguel de Espinosa, que supo interpretar con acierto los deseos del fundador, y contrató las partes más importantes, claustro y capilla con el afamado cantero Guillem del Rey.

 

La notable construcción que resultó adquiere, por su modernidad y vanguardismo, un extraordinario interés tanto en relación con lo que se construía en la Valencia de la época como el conjunto de la arquitectura del Renacimiento en España, donde manifiesta una plena asimilación de las novedades italianas difundidas por los tratados arquitectónicos.

 

La construcción se divide en dos partes, pues las dependencias principales se distribuyen en torno a un claustro, magnífico por sus proporciones equilibradas y austera armonía, mientras que las áreas de servicio, con el elegante refectorio, se agrupan alrededor de un patio alegre y soleado en la parte posterior. El claustro contratado con Guillem del Rey en 1599 está compuesto fundamentalmente con un gran lote de columnas de mármol de orden toscano, traídas de Génova para la Duquesa de Pastrana, a quien se las compró el santo fundador. Instaladas formando dos galerías de arcos de medio punto, cubiertas por bóvedas de aristas, configuran un espacio único, a la vez solemne e íntimo que, además de servir de espléndido marco a las procesiones, determina la peculiar atmósfera de sobria elegancia y luminosa serenidad del Colegio.

 

En torno a este patio claustral se encuentran las dependencias más importantes: archivo, administración, habitaciones rectorales, salas de estudio, el aula donde los seminaristas demostraban semanalmente sus progresos a los superiores y sobre todo, al final de la grandiosa escalera de piedra construida por Francisco Figueroa y Joan Baixet entre 1599 y 1602, la riquísima biblioteca del fundador, repleta de bellos y valiosos libros y adornada con pinturas y objetos preciosos. Consciente del poder de la belleza como vía de conocimiento y elevación espiritual, Juan de Ribera quiso además proporcionar al edificio hermosas obras de arte; una selección de las mejores, procedente de sus colecciones y también de legados posteriores se presentan ahora en el Museo adaptado por el arquitecto Carlos Soria en 1953, que se ocupó también en 1955 de la instalación del colosal Archivo de Protocolos. El santo fundador dotó también a esta casa de unas minuciosas y sabias Constituciones, que con mínimas reformas regulan todavía hoy con eficacia lo esencial de la vida del Colegio y sobre todo el culto severo y solemne de su capilla.

 

Esta capilla es, sin duda, uno de los elementos más notables de la fundación y pieza clave en el plan de asimilación de las reformas conciliares, ideado por el santo arzobispo. En efecto, no sólo se contentó con una capilla que atendiese a las necesidades de los colegiales, sino que quiso establecer un modelo renovado para todas las iglesias de su diócesis, que abarca desde los aspectos constructivos y decorativos  a los culturales, antiguamente reservados a la Catedral. Por ello esta capilla, con rango de iglesia semipública, está dotada incluso de campanario que sirvió de ejemplo durante siglos con ligeras variaciones y de una administración y personal autónomos del Colegio.

 

Su misma construcción resulta novedosa en el plano de la arquitectura eclesiástica local en su época. En planta propone, frente a la tradicional nave única con capillas de las parroquiales valencianas, la adopción de un sistema de cruz latina adaptada, reservado antes a las grandes basílicas y catedrales y que expresa claramente la configuración del edificio como una materialización del Cuerpo Místico cuya cabeza, Cristo, está representada por el presbiterio, mientras los fieles ocupan el resto.

 

La arquitectura ofrece novedades, como la articulación a base de pilastras con capiteles corintios y cornisas clásicas aunque mantiene el sistema de cubrición a base de nervaturas de tradición gótica, pero sorprende sobre todo con las construcción de la cúpula en la intersección de los brazos del crucero que servirá de modelos de muchas posteriores. Elevada sobre un alto tambor representa exteriormente el poder de Dios y evoca la montaña de Sinaí, pero interiormente la bóveda celeste suspendida sobre la iglesia que proporciona a través de las ventanas del tambor y la esbelta linterna la radiante iluminación del santuario donde se desarrolla la liturgia divina. La Capilla Mayor, de acuerdo con las recomendaciones del Concilio de hace bien visible y acercar a los fieles la celebración de la misa, sobreeleva el altar y traslada el acostumbrado coro de las parroquiales a los pies del templo, en un ámbito elevado que hasta entonces sólo era usual en las iglesias conventuales.

 

También la espléndida decoración pictórica de la capilla está penetrada de sentido. El santo fundador, excelente teólogo de extensos conocimientos bíblicos y patrísticos, quiso convertirla en una homilía visual de modo que la detenida y constante contemplación de sus imágenes pudiese evocar contenidos cada vez más profundos y matices cada vez más sutiles. No hizo en esto sino acepta la recomendación de San Ignacio de Loyola de utilizar los sentidos corporales en beneficio de la meditación y la piedad, de un modo avalado por la tradición cristiana pero teñido de su culto y refinado gusto estético. Así, las pinturas al fresco, encargadas al genovés Bartolomé Matarana y los lienzos de los altares componen un vasto e interesante programa iconográfico, cuya espina dorsal es la referencia al misterio de la Encarnación del Verbo y la Redención como acontecimiento central de la Historia.

 

Por ello, en el muro testero del coro vemos representado el Anuncio a María, contemplado desde la bóveda por el Eterno rodeado por el gozo de los ángeles. La Encarnación se manifiesta más claramente en el retablo mayor: en el ático con el lienzo del nacimiento de Cristo de Ribalta y en el centro con la pintura de la Institución de la Eucaristía en la Última Cena, tras la que se oculta la escultura del Crucificado, pues la misa celebrada por Cristo no es sino la prefiguración del sacrificio de Gólgota que comporta. A su alrededor, los Apóstoles y más claramente, flanqueando el retablo, Pedro y Pablo, columnas de la única Iglesia de Cristo, y a los lados los martirios de San Mauro y San Andrés que completan, según la recomendación paulina, el sacrificio de Cristo y sirven de ejemplo a los colegiales en su doble misión de apóstoles y testigos.

 

En lo alto los Santos y Ángeles adoran la Eucaristía como misterio de Amor que se da en comido por medio de la figura alegórica del pelícano: Eucaristía a la que están consagrados la Capilla y el Colegio, cuyas alabanzas de cantan en las bóvedas y los muros de la nave por medio de figuras angélicas con atributos e inscripciones. En el crucero, destinado originalmente a los seminaristas, se completa el mensaje que a ellos se refiere con la exposición de las vidas del diácono Vicente Mártir y el presbítero Vicente Ferrer y las alegorías de las Virtudes Teologales y Cardinales de la bóveda.

 

En la cúpula, la Eucaristía parece prefigurada en el Antiguo Testamento por el pan del cielo que recogen los israelitas del desierto, lección que comunica a través de los profetas del tambor y los evangelistas neotestamentarios de las pechinas con la Iglesia viva de Jesucristo presente en la adoración del Sacramento, manifestando la continuidad de la Revelación y la legitimidad de la Iglesia como heredera de las promesas, y las participación de los Ángeles y los Santos en la divina liturgia.

 

Finalmente, las cinco capillas, la mayor y las cuatro laterales, son una refutación visual de las cinco críticas más importantes presentadas por el protestantismo: la negación de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, afirmada y exaltada en la Capilla Mayor; el rechazo del culto especial tributado a María, afirmado en la Capilla principal del lado del Evangelio; la negación del culto a los Santos y Ángeles, afirmado en la capilla frontera, dedicada a todos los Santos presididos por la Trinidad y en cuyo retablo, antes dedicado al Ángel Custodio de Valencia, hoy reposan los restos de San Juan de Ribera; el desprecio a las reliquias sagradas refutado en la Capilla de San Vicente, que conserva su reliquia que el fundador hizo traer desde Vannes y en cuyos muros se refleja la imponente procesión con que se conmemoró su llegada a Valencia y por último la negación del Purgatorio y del valor de los sufragios refutada en la capilla frontera en la que desde hace años se colocó también el tabernáculo eucarístico.

 

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